sábado, 13 de junio de 2009

[Relato] La Tumba del Héroe

El héroe descansa en su tumba de cristal, parece que está dormido, las largas pestañas parecen moverse, como si estuviera soñando, y el rictus de su boca es triste. Han lavado sus heridas y han cubierto su cuerpo con sedas blancas, nadie puede ver los estragos que las mil batallas han hecho en su cuerpo. Ya no cojea al andar ni sus manos tiemblan después de beber demasiado. Su brillante armadura es nueva y no está abollada. Si despertaras no te reconocerías, Arknek, pero estás muerto y la última batalla está perdida.

–Era sólo un hombre -dice Ismeth y yo asiento con la cabeza.

–Sí, y también es un símbolo. Ahora los hombres arrojan las armas y huyen y las mujeres se esconden con sus hijos. Si todos vieran su brillante espada avanzando hacia la batalla correrían tras él, lucharían a su lado, tendríamos una oportunidad. Aunque sea demasiado viejo ya para luchar y su espada no nos traiga la victoria, al menos nos dará esperanza para continuar luchando –le digo, pero ella no parece convencida. Ismeth tiene los largos cabellos blancos y el rostro arrugado, dicen las historias ue cuando yo nací era ya vieja, aún lo sigue siendo, sus dedos retorcidos tocan el cristal con cuidado, como si quemara. Lo observa. Yo no aguanto más y golpeo el cristal con todas mis fuerzas, lo golpeo hasta que se rompe en mil pedazos. La sangre de mi mano mancha la seda blanca.

Ahora lo veo como realmente es, en una tumba de cristales rotos, esperanzas hecha pedazos, la espada que ha matado a dragones y despedazado a enemigos ha resbalado de la mano y cae al suelo, retumba en el silencio. Ya es demasiado tarde.
Hemos perdido si nadie nos conduce a la batalla. Miro a Ismeth con ojos suplicantes. ¿Lo harás, Ismeth? ¿Lo harás?

Velázquez

Ismeth retira la seda, los brazos están cubiertos de cicatrices, necesita mi ayuda para quitarle la armadura y soy yo el que la separa de su cuerpo y la deja a un lado, me sorprende el tajo que tiene al costado. Lo han limpiado, pero la herida es de color negro, la carne había empezado a pudrirse antes de que aplicaran sobre él los ungüentos que evitan la corrupción. Me agacho y recojo la espada, pesa demasiado para mí, la coloco junto a su mano y cierro los dedos de Arknek en torno a la empuñadura. Es lo único que era realmente suyo. Lo único que va a necesitar ahora. Los dedos están fríos y rígidos y temo romperlos, es mi mano la que hace fuerza, mi mano la que sostiene la espada. Así será. Estoy preparado.

Me siento a su lado, compartiendo el estrecho catafalco, los cristales se clavan en mi piel pero no me atrevo a quejarme. Ismeth podría echarse atrás. Sus pequeños ojos me miran y parecen leer mis pensamientos. Sabe que tengo miedo.

–Podemos parar, Althis -me dice. Lo pienso un momento. Puedo parar. ¿Y qué conseguiré? Morir mañana mientras veo cómo toda mi gente muere conmigo. Asiento con la cabeza sin pensarlo más. No quiero pensarlo más. Podría arrepentirme.

Ismeth da la vuelta a la tumba, esparciendo pétalos de rosa y hojas secas de enebro, murmurando letanías que no comprendo. Tengo miedo. De repente tengo miedo. Aprieto la mano del cadáver como si él pudiera quitármelo, pero me contengo a tiempo. Si le rompo los huesos no servirá de nada. Esa mano tiene que empuñar la espada.

Arknek siempre fue el más valiente, el más orgulloso de nuestros generales. Se cuenta que ha luchado contra dragones y los ha vencido. Condujo a nuestro ejército a la guerra y volvimos triunfantes, todos los jóvenes soñábamos con luchar a su lado. Cuenta la leyenda que después de recibir el golpe mortal se mantuvo de pie y continuó luchando durante horas, hasta que la batalla terminó y cayó al suelo. Tu sangre regó la de tus enemigos y nosotros recogimos tu cuerpo y te hicimos esta tumba. ¿Qué vas a pensar, al verla? Cuando abras los ojos y veas que la guerra continúa, y que ahora vamos a perder. Necesitamos que vuelvas a empuñar la espada. Te necesitamos.

El canto de Ismeth se hace más fuerte, más potente, y espero a sentirme cansado. Las fuerzas me abandonan y la mano que sujeta la espada se abre, oigo como el arma cae al suelo de nuevo, pero no soy capaz ya de moverme y recogerla. Tendrás que hacerlo tú, cuando te levantes. Lo harás tú con mi sangre, mi fuerza, mi vida.

Ahora mis manos están frías como las tuyas y veo borroso, noto cómo tus párpados se mueven, el pecho comienza a elevarse y a respirar al mismo tiempo que a mí me cuesta cada vez más trabajo hacerlo. El color vuelve a tu rostro y abandona el mío, ya no oigo las palabras extrañas de Ismeth, aun veo, espero poder hacerlo hasta que abras los ojos. Noto ya la sangre recorriendo tus heridas.

Tengo miedo. Quiero gritar pero no tengo fuerzas. Ismeth. Ismeth. ¿Qué está pasando? Todas las heridas de Arknek están abiertas y la sangre, mi sangre, se derrama por ellas como un torrente. No puedo hacer nada para contenerla. Su pecho se retuerce entre estertores, rechazando el aire que se adentra en sus pulmones. ¿Qué ocurre, Ismeth? Has dejado de cantar. Tu cabellos blancos también se han manchado de sangre.

No puedo sostenerme y mi cabeza cae sobre el cuerpo de Arknek. El cuerpo del héroe. Su respiración se hace cada vez más débil, como la mía. La sangre que sale de sus heridas me mancha el rostro y se mezcla con mis lágrimas, o con las suyas. No sé cual de los dos etá llorando. ¿Qué ha salido mal, Ismeth?

–No le preguntamos si él quería volver -la voz de Ismeth pareció salir de las profundidades de mi cabeza, igual que sus pasos al alejarse y dejarme solo, en la tumba de cristales rotos. El cuerpo de Arknek se vuelve cada vez más frío. El mío también. Nadie recogerá la espada del suelo.

Sword por Conceptions

martes, 9 de junio de 2009

[Partida]Crónicas de Hyboria.




Aswarya se aleja de su tierra y recorre un mundo desconocido. Está sola y a la vez no lo está. Todo lo descubre con ojos nuevos y yo camino junto a ella. Sufro, lloro y río con ella, y me ilusiono al pensar en ver el mar por primera vez.

No tenía mucha confianza antes de entrar en esta partida. Era una ambientación nueva y desconocida para mí y no sabía si podría adaptarme a ella. Es un mundo duro, y en cada turno temo que mi personaje se muera, pero es también una partida que me enciende, me hace pensar y sentir, buscar, mi imaginación se llena de sensaciones que quieren salir. Y escribo y disfruto haciéndolo como cuando escribo historias. Muy pocas veces cuando termino un turno me siento tan dentro del personaje, como si realmente yo fuera ella, pocas veces termino un turno sintiendo que ha sido especial y que lo he hecho bien.

Os dejo hoy el último. Huimos de un grupo de bandidos que nos persiguen, mi compañero está herido y nos ocultamos en un bosque, y hago lo que puedo para que su espíritu no se aleje de su cuerpo.


El miedo nos sigue, nos atenaza, es nuestro más cruel perseguidor. Aquel a quien no podemos engañar. No puedo negarme a mí misma que estoy asustada. Que tengo miedo. Veo a Lucos desangrandose, aguantando, con esa sonrisa que no consigue ocultar el dolor que siente. Lo tumbamos en el suelo y me siento a su lado.


Calla. Calla. No, sigue hablando. Mientras hables estás vivo. Mientras hables tu espiritu no se unirá a los que me acompañan. Ya he perdido a demasiada gente. Demasiada. No quiero arrancar uno de tus dedos y unirlo a mi cinturón de huesos. Necesito la carne, el calor, la sonrisa y el sonido de los dados. La herida no sería grave si no tuvieramos que movernos, si no nos persiguieran, si el tiempo no jugara en contra nuestra. ¡Ah! Lucos, la suerte podria sonreirte al menos una vez. Al menos esta vez.


Me dices que busque una hondonada, el bosque no sirve. No, el bosque nos da un tiempo precioso que tengo que aprovechar. Quizás hubiera sido más sencillo nadar hacia la barca. Kerkan no habria perdido la oportunidad de ayudar a la princesa y llevarla a su destino, pero habriamos tenido que abandonarte, Lucos, y no estoy dispuesta a hacer eso. Ni siquiera lo entiendes, estoy segura de que ni siquiera lo entiendes. Posiblemente ellos tampoco. Me miran, como si supiera qué estoy haciendo. Lucos traduce lo que hablan. Sí, traduce, pideles que vigilen, que se preocupen ellos. Yo no puedo. Ni siquiera me salen ya las palabras.



Los muertos revolotean a tu alrededor, presienten que serás su próximo compañero. ¿Es que no veis que lo necesito con vida? No le tendáis los brazos, no le acojáis. Todavía no. Todavía no. Me quedaré sola en un mundo que no entiendo y que no me entiende. Levanto la cabeza y miro a la princesa, a su doncella, al guardia. Cansados, asustados, sangre seca, sudor y polvo. Trago saliva, pero soy incapaz de decir nada, espero que entiendan que ahora Lucos es lo más importante.


Me vuelvo hacia él. Dejo que mis dedos jueguen con su cabello, recorro la línea de su mentón, bajo mi rostro y le doy un beso, las lágrimas recorren mis mejillas, el guardia habla pero no lo entiendo, no quiero entenderlo. Aprieto la mano de Lucos con fuerza, su espiritu se tambalea, inquieto, puedo verlo como una larga mancha que se extiende sobre su cuerpo. Todavía duda, es un niño indefenso en el mundo de los muertos. Mira sorprendido todo lo que le rodea, ahora ve las cosas de distinta forma, o quizás todavía esté ciego y no las vea. Todavía está demasiado cerca de este mundo.


Glan fue niño antes de morir, ahora es el primero que extiende sus brazos hacia el desconocido que llega a su reino. Los veo, puedo verlos. Y podria extender mis manos y tocarlos si tuviera tiempo, si no estuviera sosteniendo la mano de Lucos. No voy a soltarla. Aplico sobre la herida una hojas de muérdago. Seco mis lágrimas. No veo más nítido a pesar de eso. Estoy tan cerca del mundo de los fantasmas que podría tocarlos, podrian verme. ¿Me oyen? ¿Me ois?


-Ayudadme -les pido, y mi súplica es un lamento lleno de dolor, un canto fúnebre-. No ha llegado su momento todavía, no es su momento. Si queréis que siga viva él también tiene que vivir. Habladle. Hacedle volver. Lo necesito. El peligro será mucho mayor si él no me acompaña. Lo sabéis.

m.s. Spirit Realm de withe angel ariah

Intento reconocer las formas de los muertos, pero se tornan borrosos, se entremezclan unos con otros. Extiendo mi mano y dejo que sus espiritus se enreden entre mis dedos, no puedo caminar con vosotros hoy. Hoy tengo que quedarme a este lado.

-Abuela. Abuela. ¿Eres tú? Atiende mi súplica. Siente mi dolor. Penetra en mis sentidos, mira con mis ojos. Ayudame. Ayúdalo.

Las sombras se tornan más intensas y ya no veo lo que tengo a mi alrededor. Solo las veo a ellas. Si el guardia sigue hablando yo ya no le escucho. Lo único real ahora es la mano de Lucos a la que me aferro. La aprieto con fuerza aunque él apenas cierra la suya en torno a la mia. Se me escapa. Se me escapa.

-Lucos. Lucos. No es momento. Tienes que volver a tu cuerpo. Tienes que ayudarnos. Me has metido en este lio y tienes que sacarme de él. No podemos seguir sin ti y no estás preparado. ¿No ves que la herida se va a cerrar? El muerdago detiene la hemoragia y ayuda a cicatrizar la herida. Te pondrás bien. Pero no puedes rendirte ahora. Tienes que volver. Mírame. Mírame con tus ojos. No mires a los muertos que me acompañan, no tienes que ir con ellos. No es tu momento. Regresa. Regresa a mi. Aprieta mi mano. Lucos. Aprieta mi mano. Regresa.

Noto el miedo a mi alrededor. Es un sentimiento. Una sensación. Ni siquiera sé si procede de mi, de mis compañeros, o de los muertos. Mis sentidos están en el puente. Sin pasar al otro lado, sin volver a este. Extiendo la mano hacia la sombra que se agita sin separarse de Lucos, mi cuerpo real apretando su mano real, mi espiritu intentando alcanzar el suyo. Mi personal partida de dados. Mi apuesta. No me has enseñado a perder, Lucos, no me has enseñado. No sé perder y mantener la sonrisa. Me echaré a llorar.

Ya estoy llorando.






jueves, 4 de junio de 2009

Cuando llega la noche (El Actor)

Interior del teatro Farnesio - Ferdinando Galli-Bibiena



CUANDO LLEGA LA NOCHE

Ahora te aferras a un mundo inventado de palabras huecas. Ser otro parece más fácil, más intenso. Haces tuyas sus palabras y sientes sus sentimientos mientras los tuyos se quedan escondidos, aunque sabes que llegará el momento de hacerles frente.

Y por la mañana te despiertas sin saber si realmente son tuyos todos los recuerdos. La cabeza rubia que reposa sobre la almohada no es la que ríe en tus sueños. "Si volviera a verla, mi vida sería real. Sí sólamente volviera a verla" piensas, pero sabes que verla no sería suficiente. Nunca sería suficiente.

Te levantas despacio y abres la ventana. El aire frío revuelve tu cabello mientras contemplas el teatro que, en el edificio de enfrente, parece muerto y triste.

Sólo es una ilusión. Cuando llega la noche se encienden las luces y el letrero refulge alegre y luminoso de nuevo. Dentro, los aplausos suenan mientras la sala entera, puesta de pie, te ovaciona. Eso es real, quizás lo único real y, en ese momento, sólo durante un instante, sientes que eres realmente tú.

Monday Night at the Metropolitan - Reginald Marsh